miércoles, 5 de septiembre de 2012

Letras Negras - Tangos anarquistas

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Severino Di Giovanni

1 y 4- Severino Di Giovanni 2-En un picnic anarquista con su amigo José Romano.3- Irreconocible Severino: la única foto de estudio -“artística”, como se decía- que se tomó en su vida.
Por Susana Viau
¿En qué cambió su Severino Di Giovanni para esta reedición?
-Después de la primera edición visité varios archivos, sobre todo el Archivo del Estado, en Roma, donde están todos los papeles enviados por la policía de Alvear, que mantenía un contacto estrecho con la de Mussolini, y además estuve en el Museo de Historia Social de Amsterdam. Durante mi exilio encontré también a miembros del grupo de Di Giovanni que habían sido expulsados por Uriburu y entregados en 1931 a Mussolini, que los encerró en la isla de Lipari, en un campo de concentración. Fueron liberados por los norteamericanos, cuando invadieron el sur de Italia, y pasaron a ser héroes antifascistas. Es decir que si Severino hubiera vivido, hubiera sido un héroe antifascista y hubiera tenido una pensión del Estado como luchador, igual que la tuvieron sus compañeros. Esto habla de cómo a veces la historia discrimina. El ingeniero Carranza, que hoy tiene una estación de subte con su nombre, en 1953 puso una bomba en la boca del subte. Murieron paseantes, chicos, mujeres. Pero su partido triunfó y lo elevó a otra categoría: fue ministro de Alfonsín. Como murió en un accidente, lo homenajearon de ese modo. Pero yo me preguntaría quién fue más terrorista, si el señor Carranza o Severino Di Giovanni, que durante años fue un innombrable en la Argentina, la efigie del diabólico, el hijo del demonio. Sus hijos sufrieron por eso. Me lo contó Laura, la única que vive todavía. Los chicos les pegaban y les gritaban eso, “hijos del diablo”. Las maestras no querían tenerlos.
¿Qué lo hizo volver a abrir una investigación que terminó hace casi treinta años? ¿Un compromiso moral o un compromiso intelectual?
-Un compromiso intelectual conmigo mismo. Sabía que podía encontrar más cosas. De hecho, en el Museo de Historia Social de Amsterdam estaba el juicio que le hicieron los compañeros a Di Giovanni por matar a López Arango, que en La Protesta lo había llamado “agente fascista”. Eso lo derrotó: que a él, que había luchado tanto, un compañero de ideas lo estigmatizara de ese modo en el diario. Le fue a pedir explicaciones, hubo un incidente y uno de los amigos de Di Giovanni lo mata, pero él se hizo cargo. La cúpula anarquista admitió que Severino tenía razón, que no era un espíritu asesino.
¿Qué tiene de peculiar la figura de Di Giovanni para usted? ¿Qué lo hace diferente de Radowitzky o de Morán?
-Creo que están en la misma línea... Pero Radowitzky es un solo hecho, y Morán un sindicalista que hace todo el camino del rebelde, pero dentro del sindicato marítimo. Durante el día era dirigente de marítimos; a la noche salía a hacer atentados o asaltos expropiadores. En cambio Severino tiene una larga línea de atentados y expropiaciones, pero también una larga lista de publicaciones: Culmine, Anarquía y libros. El vive aquí apenas ocho años, del 23 al 31, pero desarrolla una actividad increíble. Cada vez que voy a una biblioteca europea o norteamericana encuentro nuevos artículos firmados por Severino y me pregunto en qué momento los escribió. Si cuando lo fusilaron tenía 28 años... Con los mismos principios -matar al tirano, rebelarse contra la violencia de arriba-, tiene una actividad más plural que Radowitzky. Al mismo tiempo tuvo ese romance, de una pureza increíble, con la adolescente América Scarfó. Sus cartas revelan ese proyecto de un futuro juntos; de hecho, cuando lo detienen ya tenían todo preparado para viajar a Francia, y desde allí a Italia para integrarse a las brigadas ilegales antifascistas. Fue consecuente. Y su nombre fue manoseado por los diarios, y hasta por los mismos anarquistas de La Protesta que buscaban mantener un idilio con el gobierno, publicar sus ideas pero que el gobierno los dejara tranquilos. Cuando ocurre el golpe del 6 de setiembre del ‘30, la oposición huye o se esconde, y Severino sigue a pesar de ser el hombre más perseguido.
Una síntesis curiosa de hombre de ideas y hombre de acción.
-Es su consecuencia. Pienso en el Che Guevara. Alguna vez tuve una larga charla con él, en la que planteó su idea de que el foco guerrillero debía instalarse en las sierras cordobesas. Yo le hablé de la complejidad de la estructura represiva, y si vencía todo eso, le iban a mandar a los cadetes del Liceo Militar. El me miró, con una enorme tristeza, y sin ninguna arrogancia me respondió con tres palabras: “Son todos mercenarios”. Pero como yo no había hecho ninguna revolución no pude contestarle. Hay que ser humilde. Y salí diciéndome: “Y, bueno, es la respuesta de un revolucionario, porque a lo mejor si se espera que ocurra primero esto y luego aquello, que estén dadas todas las condiciones, la revolución no se hace nunca”. Yo lo comprendí y él tuvo compasión de mí.
¿Nunca pensó en escribir sobre el Che?
-Me lo propusieron y lo rechacé, porque me obligaba a relatar cosas que no entiendo pero que no tengo autoridad moral para juzgar. Lo he hablado con cierta gente, de pensamiento revolucionario; lo que no puedo es publicar un libro para que esto vaya a parar no se sabe a qué manos y sirva a qué argumentos.
¿Cómo es, en última instancia, la personalidad de Severino?
-Creo que él se pierde por su sensibilidad. En los atentados contra las organizaciones fascistas caen inocentes, pocos, pero con uno alcanza. El responde luego que “no hay inocentes”, como aquel terrorista francés que dijo: “No hay inocentes. La sociedad es culpable”. Para mí sí hay inocentes. Me parece que llega un momento en que él se emperra en la violencia, pero esas muertes le pesan y llega a su propio holocausto. Pero no por eso puedo pintarlo como Ernesto Sabato; hay que pintar al hombre, al revolucionario en su tragedia.
Para un revolucionario la violencia es una tragedia...
-Exactamente. Hay un pasaje de un libro de Eliseo Reclus, un pacifista, que dice que al rebelde que comete actos de violencia no hay que criticarlo, hay que comprenderlo. Y es precisamente a Reclus que Severino edita. Cuando lo detienen está yendo a la imprenta de la calle Callao para revisar personalmente el último volumen.
¿Usted escribió sobre Severino porque se había enamorado del personaje o se enamoró de él mientras escribía?
-Yo no me enamoré de Severino. Más bien he mantenido una discusión interna con él. En esa discusión no le he retaceado absolutamente nada de lo bueno y he escrito todo aquello que me parece negativo: ciertos atentados, como la muerte del quinielero cuando pone la bomba en el Banco de Boston. De mi parte es una búsqueda.
¿Trata de entenderlo?
-Trato de entenderlo en su sacrificio, en su entereza, en su vocación. Para mí no es un enfermo. El pueblo lo quería, sus hazañas se comentaban... Era como un bandido, un héroe popular. Cuando muere es como el final de una ópera italiana. Ahora voy a escribir una nota para contestarle a José Pablo Feinmann, que dice que no hay cadáveres buenos y cadáveres malos, sino sólo cadáveres. Yo creo que sí hay cadáveres buenos y cadáveres malos. No es lo mismo el cadáver de Hitler que el de una adolescente asesinada en una cámara de gas de Auschwitz. Yo termino diciéndole que frente al cadáver de Hitler y el del Che Guevara yo le llevo flores al Che Guevara. Esa es la diferencia. La diferencia del que puede tener su nombre en una estación de subte o el de Severino, que jamás pudo salir de la crónica policial. Es el caso de Alemania: el conde von Stauffenberg que le puso una bomba a Hitler es el héroe máximo, en el aniversario de su fusilamiento el gobierno en pleno le rinde homenaje ante el bellísimo monumento que le levantaron. El anarquista alemán que le puso la bomba en la cervecería de Munich en el año ‘38 no es un héroe. Claro, von Stauffenberg era un conservador.
¿Van a filmar Severino Di Giovanni?
-Varias veces quisieron filmarla. Primero fue Ricardo Becher: no pudo ser. Después, tres veces quiso filmarla Leonardo Favio. Un loco total: me llamaba a la una de la mañana al departamento que tenía por Tribunales y me decía: “Venite, Osvaldo, venite”. Ponía música de fondo y se tiraba al suelo para representar la muerte de Severino, cómo iba cayendo lentamente...
Hubiera sido una mezcla de Severino y el “Mono” Gatica.
-Al final me dijo: “Hice una relectura de Severino y he decidido filmar Gatica”. También quiso filmarlo Héctor Olivera... Pero es una película difícil, porque la reconstrucción de época sale cara y, sobre todo, porque sería inevitable que Severino resultara un terrorista simpático, ¿y entonces a dónde vamos, no? Ahora me lo propone Luis Puenzo. La forma en que habla de Severino me inspira confianza. Justo treinta años después del intento de Becher.
¿Cómo se define usted?
-Como un socialista libertario, o mejor, alguien que trata de ser un socialista libertario en una sociedad que se va complicando cada vez más, en la que es cada vez es más difícil ser un socialista libertario.
¿A quién ha considerado su camarada?
-Sin ninguna duda a Rodolfo Walsh y a David Viñas. Han sido fieles a la sociedad y han sufrido sus avatares. Ninguno fue anarquista, pero yo los considero mis compañeros. Ojalá ellos me hayan reconocido a mí como su compañero.r

Di Giovanni según León Rozitchner
Severino de cerca
Osvaldo Bayer reconstruye, desde el olvido, a un hombre. Junta sus pedazos dispersos, vuelve a darles sangre, nos hace sentir nuevamente el ardor de su cuerpo, le devuelve la vibración de su palabra, abre el espacio de una época olvidada para ubicarlo. Y recupera la tragedia de un hombre que no es ejemplar de una especie sino una figura única, impredicable, allí donde el desprecio la había aniquilado.
“¿Qué es esto de escribir sobre un sepultado para siempre, un sacado de la memoria del pueblo, un muerto definitivo?”, escribe.
Figura necesaria, la del aniquilado, pues al costo de su vida -y la de otros- nos viene a plantear el problema de la violencia, del cual ninguna sociedad -tampoco la nuestra- puede hacerse la inocente y sacarle el cuerpo a un tema vedado, desde el terror, como impensable.
Bayer abre la dimensión de un debate, pero no entre quienes, fingiendo ingenuidad en medio de una situación macabra, desconocen la diferencia elemental entre violencia y contra-violencia. Bayer deja en cambio que el personaje dibuje la dimensión compleja de su historia ante nosotros, nos da tiempo para verlo y comprenderlo, sufrir con su destino trágico: devolverle la vida para que lo veamos de cerca. Atravesó el muro de la muerte mientras vivía, viene de una experiencia irreductible para nosotros.
“¡TENGAN CUIDADO LOS VERDUGOS!”
Severino Di Giovanni: mi prójimo, mi distante. Hay que tener primero la cabeza fría, moverse si trastabillar (y no siempre es fácil) para mencionar y decir cosas que siempre están más allá de las palabras. Para hablar, por ejemplo, de dar la muerte al asesino impune, para ir más allá de los contenidos que la palabra terrorismo evoca, para hablar de cosas de las cuales no es posible hacerlo sin que mentemos a la muerte, como si al hablar de ella fuera para invocarla y hacer que aparezca de nuevo entre nosotros. Pero, ¿acaso la muerte ha desaparecido como amenaza que desde el poder nos aterra?
Di Giovanni fue uno de los últimos justos justicieros. Actuó en nombre no sólo de las ideas sino también del afecto apasionado. Pero cuando la muerte actúa no podemos acompañarla, pasar no a la palabra que la dice sino a los hechos que ella abre sin que el alma misma del que sigue su camino y ejecuta sus gestos y sus actos abra en uno mismo la dimensión de la muerte, sin que acunemos y gestemos en nosotros mismos su gusano, y nos transforme, es cierto, en aquello mismo que pretendemos comprender para situarnos. Pero para entender el alma tierna y combatiente de un Severino Di Giovanni tenemos que rozar un poco nosotros mismos la muerte. Abrir la dimensión colosal y siniestra de la injusticia y del oprobio sobre los hombres para entender que alguien quiera poner un límite, con la muerte del impune, al desborde obsceno de la muerte. Di Giovanni vuelve a abrir en nosotros interrogantes muy complejos y muy próximos.
Di Giovanni no es un hombre de la democracia ni siquiera formal, sino un hombre profundamente marcado por el fascismo y el terror. Actúa cuando Mussolini está en el poder destruyendo, apoyado por el pueblo, a los mejores hombres de su patria. Actúa cuando Yrigoyen avala el asesinato de obreros en la Patagonia y en las huelgas. Luego es el momento del golpe militar: cuando el general Uriburu da el primero de ellos. Una sociedad donde cientos de miles de inmigrantes italianos vinieron huyendo de la miseria para caer en el oprobio de un sistema de muerte y de ultraje. Con la persecución desatada por el poder militar en la Argentina, brazo armado de todos los privilegios, predominó el criterio de que el mejor anarquista es el anarquista muerto: fueron casi todos ellos asesinados por nuestra derecha fascista o partieron al exilio a combatir en España por la República.
LA VIOLENCIA
Bayer interroga en Di Giovanni “su creencia como dogma en la violencia como único método racional de rebeldía”. Es necesario plantear, entonces, cinco premisas para entenderlo:
Primera premisa: No hay violencia en general: el crimen en abstracto no existe, es sólo un concepto. Son hombres concretos, cada uno con su nombre y apellido, quienes ejecutan el crimen. No hay violencia de estructura solamente.
Segunda premisa: Hay violencia, pero también hay contra-violencia. Está la violencia ofensiva y la violencia defensiva. Y la contra-violencia defensiva tiene una cualidad diferente que la violencia ofensiva.
Tercera premisa: Habitualmente se cree que la violencia es la violencia inmediata del asesinato directo por las armas. Pero no: la violencia consiste en apoderarse, por la amenaza, de la voluntad de otro para dominarlo en vida. Hay entonces dos muertes: la de los que siguen vivos por temerla y someterse, y la de los que han sido muertos por resistentes.
Cuarta premisa: El amor, que es mater-ialista, no nace de un Dios abstracto o terrible, o de un padre que persigue; nace desde las marcas maternas que animan la carne y la vida de una mujer amada. Y desde allí, desde ese amor grande e infinito, se prolonga el anarquismo político. “En el amor grande e infinito (por una mujer) está basado el anarquismo mismo”, escribe Di Giovanni.
LA GENEALOGIA Y LA LOGICA DE LOS MUERTOS ASESINADOS
Pero también existe una quinta premisa: hay una genealogía que enlaza el sentido de la vida con los que fueron muertos por la mano del hombre. Así como hay un lazo con la vida de los otros hombres vivos, hay un lazo profundo que nos une indisolublemente con los hombres muertos por los asesinos. En esta premisa está presente esa responsabilidad sagrada que penetra hasta los estratos más fecundos y vivos de la vida misma. Tuvo que amar mucho a la vida y a los vivos para sentir la necesidad de resurreccionar a los muertos de otro modo, laicamente. Bajo una estampa de Cristo escribe Di Giovanni como su contracara: “El símbolo de la víctima, como un fugaz recuerdo, será una visión que nos engarzará al pasado, a nuestros muertos, y nos hará más fuertes para el porvenir y para nuestros hijos. Como aurora rosada, bella, pura, la Libertad surgirá en una mañana primaveral para besar los labios de todos los sepultados vivos, de todos los mártires, de todos los rebeldes. Y en ese beso infundirá a nuestros caídos todas las bellezas, los purificará de todos los dolores, esparciendo copiosamente los premios que debemos a los héroes de la lucha cotidiana”.
LA NECESIDAD DE PONER UN LIMITE AL PODER ABSOLUTO Un individuo es tanto más proclive a sentir la dimensión del oprobio social, de la injusticia, de la impunidad y de la insidia criminal, cuanto mayor sea la capacidad afectiva de amar (y de odiar por lo tanto). Y tanto más esta insoportabilidad es grande cuando menor es la capacidad de reacción de la gente que no siente, siente menos, o está adormecida o aterrada. La necesidad de imponer un límite al crimen aparece como una tensión insoportable de la cual depende la coherencia sensible, afectiva y racional de la propia vida. Sólo cuando se activa la dimensión más profunda y libre del afecto puede un hombre poner toda su vida en defensa de lo justo. Dijimos: el último de los justos. Mientras haya diez justos Dios no destruirá a la ciudad impura y pecadora, se dice en la Biblia. Mientras haya existido entre nosotros un Severino Di Giovanni, con su tragedia intransferible, hay una esperanza en el mundo.
(¿Por qué conmueve tanto su vida, su pasión, su entrega más allá del límite, hasta su sed de venganza? ¿Es mala la venganza, acaso, cuando se trata de que el mal extremo no logre vencer sin encontrar el límite y convertirse en absoluto? Pero acá hay algo más que conmueve, el índice de lo más intolerable: que la cobardía en la impunidad -que es lo más intolerable- pueda vivirse sin riesgo: sin sentir siquiera lo que el otro siente cuando sufre. Sentir lo que el asesinado sufriente sintió: hasta allí debe penetrar lo que se llama comúnmente venganza: la sed devoradora de justicia en el desierto desolado de la impunidad y del crimen, nos dice Di Giovanni.)
Pero ¿quién hace justicia allí donde la justicia no existe? Es entonces donde la responsabilidad de un hombre como Di Giovanni se agiganta y se convierte en trágica. Asume en sí mismo lo imposible: es el lugar humano que se consume en realizar por sí mismo lo que todos los hombres colectivamente no hacen, muchedumbre de sometidos pasivos que han delegado en la unidad de una vida, la suya, todo el peso de la injusticia del mundo. Es entonces cuando Di Giovanni se reconoce como el justiciero de lo impune: asume solo, para poder dar la cara en la vida, la responsabilidad por los asesinados.
Si el poder absoluto nunca es realmente tal aunque lo parezca, es porque hay siempre alguien que salva la esperanza para el mundo, abre una fisura en lo que se pretende monolítico: muestra el carácter relativo de todos los poderes sobre el hombre. Di Giovanni nos dice: el terror no vence a la vida cuando la vida enfrenta a la muerte para señalarle al terror mismo su límite. Sólo el contra-terror, la contra-violencia indómita, que no se da por vencida, señala el límite extremo del desafío, debía pensar Severino Di Giovanni: cuando hay todavía alguien, aunque sea uno solo, que salvó contra todos -pero para todos- el carácter relativo y pasajero del poder impune. Y al hacerlo roza con su riesgo todos los fantasmas complacientes y temidos de la imaginación de la buena gente. Y encuentra allí la muerte.
Debemos agradecer al coraje de Osvaldo Bayer que un hombre sólido como Severino Di Giovanni no se haya disuelto en el aire. Que su fantasma se anime y se agigante desde su vida espectral, uno más y se agregue a la lista de los que asedian la noche de los asesinos insomnes.

S E V E R I N O - Tango

S E V E R I N O
(Letra: Osvaldo Bayer – Música: Pablo Bernaba)


Severino; Severino aquel héroe ya olvidado.
Fueron los milicos que te fusilaron
Severino, Severino el pueblo lloró tu muerte.
en los años treinta sobre aquel amanecer
(en los años treinta. . . sobre aquel amanecer)


Severino, con tu lucha hasta la muerte
Muy enamorado de tu América,
la bella muchacha,
Muchachita que siempre esperó y seguirá esperando.
Severino, libertario …. dinamita y corazón.
En los años treinta . . .. sobre aquel amanecer
En los años treinta . . .. siempre te verán volver



Severino con tus libros y con tu palabra impresa
con todas las armas luchaste por un ideal
y caíste ante el tirano defensor de aquel sistema
En los años treinta sobre aquel amanecer,
En los años treinta . . . . siempre te verán volver



En los años treinta sobre aquel amanecer,
En los años treinta . . . . siempre te verán volver